Millonarios sin escrúpulos cometen todo tipo de excesos. El asunto no es baladí. Consumen los recursos que nos pertenecen a todos y generan cantidades ingentes de gases de efecto invernadero, contaminación, residuos, etc. ¿Quién le va a poner freno a toda esta locura? Como los políticos viven plegados a los intereses de esos grandes millonarios y sus corporaciones, no es de extrañar que, en poco tiempo, surjan grupos de ecoactivistas que boicoteen de forma contundente ese tipo de actividades ociosas que generan tanto daño a la Humanidad, al planeta y al sentido común. Pedro Burruezo arremete contra esos ricos que, en realidad, son pobres de espíritu.
¿Quieres ser rico? Pues no te afanes en aumentar tus bienes,
sino en disminuir tu codicia…
Epicuro de Samos
Querían ver el Titanic a 3.800 metros de profundidad, pero les salió rana. No es que me alegre del óbito de los millonarios que quisieron ver esos despojos, cosa absolutamente absurda, pero sí constato que, cuanto más grande ese el disparate, más grandes son los riesgos. Y ni siquiera los más ricos del mundo están exentos de los peligros. Pero las barbaridades son muchas más. Vivir en Moscú e ir a cenar a Palma de Mallorca y regresar a casa esa misma noche. Volar una tarde al Everest y merendar en la nieve. Ir a pasar un “finde” a la luna. O comprarse un Ferrari y empotrarlo contra un muro por capricho para comprobar que se dispara el airbag. Luego están los que juegan al golf cada fin de semana, los que frecuentan spas de lujo. Pero eso es peccata minuta.
EXHIBICIONISTAS PELIGROSOS
“El turismo extremo de lujo tiene rasgos de excentricidad y de exhibicionismo. Surgió como resultado de la democratización del turismo, el ascenso del turismo de bajo coste (low cost) y la masificación turística, que ha empujado a que este turismo excéntrico tome relevancia para personas con alto poder adquisitivo que quieren vivir unas experiencias que sólo unos pocos en el mundo podrán gozar”, explica Pablo Díaz, profesor de los Estudios de Economía y Empresa de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC), experto en turismo. Se trata de diferenciarse de las masas y publicar en tus redes sociales aquello de lo que muy pocas personas pueden presumir. Pero… “Dime de qué presumes y te diré de qué careces”. El problema es que su afán narcisista nos perjudica a todos. Consumen nuestros recursos y provocan contaminación y deshechos. Hay que detener esta absurdidad. No todo puede valer en el capitalismo. No todo puede ser permitido. Si las autoridades pertinentes no lo hacen, tarde o temprano surgirán grupos de ecologistas que sabotearán este tipo de actividades poniendo en peligro la vida de esos narcisistas fanáticos. Tiempo al tiempo. Insisto: no es que me alegre. Los nuevos terrorismos tendrán a los que gobiernan y corrompen el mundo, desde las sombras, y sus vidas fuera de toda lógica, en el centro de mira.
POBREZA EMOCIONAL
“El interés por este tipo de actividades o prácticas de turismo extremo de lujo viene por su exclusividad, son excéntricas y, en muchos casos, hacen subir la adrenalina y se enmarcan en un ambiente de personas con un altísimo poder económico que prácticamente compiten entre ellos, como Jeff Bezos u otros multimillonarios”, afirma Díaz. Para la profesora colaboradora de los Estudios de Psicología de la UOC, Mireia Cabero, existen razones internas y externas que llevan a alguien a probar una práctica extrema sin bagaje técnico. “Aburrimiento o desmotivación vital que se compensa con experiencias emocionales extremas, necesidad de superación personal y anestesia emocional serían las motivaciones internas”, afirma la experta, y, añade, que las externas serían “la necesidad de reconocimiento social, voluntad de demostrar (poder, atrevimiento, que se vive una vida interesante, etc.), de destacar (sobresalir ya sea por la experiencia extrema que ha podido vivir, por el atrevimiento, o por los medios económicos que se tiene)”. Bueno… Yo lo llamaría de otra forma. Para mí es pobreza de espíritu. Aquellos/as que tienen una vida interior pusilánime, escueta, encorsetada, triste, enjuta, tienen que cometer excesos materiales porque, efectivamente, su pozo espiritual lo tienen más seco que una mojama…
SI VALLE INCLÁN LEVANTARA LA CABEZA
“Son prácticas poco accesibles para la población general, basadas en actividades extremas. Por ejemplo, ir a lugares remotos como el polo sur, hacer grandes cumbres en poco tiempo, ser abandonados en islas remotas o en la selva para tener prácticas de supervivencia extrema o viajes espaciales”, detalla Díaz. Este negocio movía cifras cercanas a los 4.000 millones al año en 2013, según Forbes. 4.000 millones de dólares al año que al planeta y a la Humanidad le salen muy caros. Claro… Ahora ya cualquiera, o casi, puede viajar a Nueva York o pasar una semana en un resort “todo incluido”. Es un poco lo que ocurre con la dopamina. A más drogas, más necesidad de dopamina y, por tanto, más necesidad de consumir. Pues esto es lo mismo… Cuanto más se democratiza el turismo, el turismo excéntrico más narcisista es… Y llegará el momento en que más personas podrán visitar la luna. Y entonces serán unos pocos sólo los que quieran ir a Marte. La vida, un teatro absurdo y patético. Si Valle Inclán levantara la cabeza… Dejen de competir, señores y señoras. La riqueza, la libertad y la belleza están en otra parte: en el centro de su propio corazón.
EL EVEREST, UN CÚMULO DE BASURA
Según los medios de la UOC, que citan al “National Geographic”, “hoy, alrededor del 90% de los montañeros que abordan la ascensión del Everest son clientes de expediciones guiadas, muchos de ellos sin una mínima competencia alpinística. El precio para ascender al Everest varía entre los 45.000 y los 200.000 dólares, según los servicios que se quieran; hay quienes tienen calefacción, helicóptero o cocinero. Lo mismo sucede en la Antártida. En 1996 el número de turistas rondaba los 7.000; en 2020 la cifra llegó a los 74.000. Se calcula que en 2023 puede llegar a los 100.000, según la International Association of Antarctica Tour Operators (IAATO)”. No me extraña que se sequen los glaciares, que se derritan los polos… Más allá del cambio climático, la Naturaleza se muere de pena. Nunca el ser humano había alcanzado cotas tan altas de ridiculez. Desde que el hombre moderno dejó de querer ascender a las cumbres nevadas del espíritu, sus idioteces mundanas son cada vez más esperpénticas. Grupos de activistas surgirán en el futuro para ponerle freno a las ganas de excentricidad de unos pocos.
SEÑORES EXTRATERRES, INTERVENGAN, POR FAVOR
Los medios de la UOC señalan: “SpaceX se plantea enviar al multimillonario japonés y magnate de la moda Yusaku Maezawa a la primera órbita lunar privada de la historia; y otras empresas, como Virgin Galactic, ofrecen asientos por 450.000 dólares para vivir un vuelo suborbital en microgravedad de noventa minutos. Los límites del turismo extremo y de lujo parecen no existir. ‘Hay un mercado creciente para estos turistas extremos y que buscan experiencias únicas, dirigido a multimillonarios. Pero, después de lo ocurrido con el Titanic y con otras experiencias, lo que buscan es seguridad y lo que está aumentándose es eso, que la práctica sea extrema, pero la seguridad sea alta, para que, en caso de que ese extremo se vea sobrepasado y haya peligro para el cliente, la posibilidad de rescate sea real’”, concluye Díaz. Y yo digo, suplico: “Señores extraterrestres, por favor, pongan ustedes un poco de orden en el espacio. Envíen sus naves, sus ovnis, a contrarrestar y dinamitar la locura de estos pocos servidores del diablo que están poniendo en peligro la vida sobre la Tierra y que, además, con sus excentricidades, pues las masas son envidiosas, provocan que los demás quieran tener también un tren de vida superior a sus posibilidades”. Como cantaba Camarón, citando a Khayyam: “Un poco de pan, una jarra de agua fría, la sombra de un árbol y tu sombra… No hay sultán más poderoso… Ni mendigo más pobre”. Un servidor pasará este verano trabajando en su huerto. No tengo necesidad de visitar lugares exóticos ni ciudades lejanas. El trabajo en el huerto es saludable y nos provee de alimentos ecológicos, sanos y sanadores.
Pedro Burruezo