Los números son escalofriantes. El número de personas con depresión aumenta cada día. Las cifras nunca acaban de tocar techo. Siempre van a más. Ahora mismo, esta patología está a punto de convertirse en la segunda causa de discapacidad en el mundo, de acuerdo con las estadísticas de la Organización Mundial de la Salud (OMS). La depresión es una de las enfermedades (físicas o mentales) más asociadas a la era de masas y la modernidad.
¿Qué es la depresión? ¿Cómo la padecemos? Las causas no están muy claras. Pero la bioquímica ex-plica que, cuando la hormona del cortisol y varios agentes químicos que actúan en el cerebro, como los neurotransmisores de serotonina, dopamina y noradrenalina, se disparan… aumentan las proba-bilidades de padecer esta enfermedad.
En algunos países, como México, la depresión es la principal causa de discapacidad para colectivos como el de las mujeres. En el citado país centroamericano, para los hombres es la causa de discapacidad ubicada en el número 9 del ranking. Según datos de la OMS, algo más de un 4% por ciento de la población mundial la padece, y subiendo. Los más propensos a padecerla son las mujeres, como hemos dicho, los jóvenes y los ancianos.
Podría parecer que la depresión es una enfermedad vinculada a las sociedades desarrolladas. Y, en cierta forma, así es. Lo que ocurre es que, cuando nos referimos a “sociedades de-sarrolladas”, no hablamos exclusivamente de sociedades típicamente post industriales, como la mayoría de las sociedades de la Unión Europea. A lo que nos referimos es que los ciudadanos y ciudadanas de esas sociedades, sean más o menos opulentas, sean más o menos empobrecidas, tienen las principales características de la modernidad y sus pobladores han dado por buenos los principales axiomas y paradigmas que son la esencia del mundo tecnológico.
SÍNTOMAS
La disminución del interés para realizar actividades, la pérdida o aumento importante de peso, insomnio, agitación o enlentecimiento psicomotores, fatiga o perdida de energía, sentimiento de inutilidad, disminución de la capacidad para pensar o concentrarse y los pensamientos de muerte… son algunos de los síntomas que trae consigo esta enfermedad convertida en la pandemia del siglo XXI. Otros de los factores que propician este desequilibrio emocional también se dan por motivos “hereditarios”, en donde los niños desde muy pequeños, como ejemplo familiar, reciben una visión triste del mundo a través del comportamiento de sus padres. Crecer en este tipo de ambientes, como consecuencia, afecta el pleno desarrollo del menor en otras etapas de su vida. Las pérdidas emocionales muy profundas, la muerte de seres queridos, perder un trabajo, la falta de adaptación a determinados cambios, son otras situaciones que pueden propiciar las alteraciones bioquímicas que impulsan la depresión.
DATOS Y MÁS DATOS PREOCUPANTES
Un texto publicado por Efe hace un par de temporadas no deja lugar a dudas: “Un total de 1.868.173 personas sufrió en 2013 depresión, una enfermedad cuya prevalencia está aumentando, especialmente en estos últimos años debido a la crisis, y que será la primera causa de discapacidad en el año 2030, según las previsiones de la Organización Mundial de la Salud (OMS). Entre el 8 y el 15% de las personas sufrirán depresión a lo largo de su vida, una ‘altísima’ prevalencia que, según los expertos, constituye ‘un reto de salud pública’, dadas las gravísimas repercusiones a medio y largo plazo, tanto individuales como sociales, familiares y laborales”. Según la citada agencia, estos y otros asuntos se abordaron en un encuentro informativo en el que especialistas en Psiquiatría hicieron una “radiografía” de la depresión, una patología que se puede definir como “tristeza patológica”, ha señalado el doctor Miguel Gutiérrez, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría. “Discapacidad, aislamiento social, pérdida de productividad laboral y de calidad de vida, morbi-mortalidad y costes económicos, son las principales consecuencias”, alerta el texto de la agencia. “Es un fenómeno epidémico y algunos elementos inciden en que está registrando un crecimiento exponencial y que en las próximas décadas va a ser la primera causa de discapacidad”, ha subrayado el doctor Miquel Bernardo, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría Biológica. Todo apunta a que la pandemia no va a dejar de crecer. ¿Por qué aumenta?
UNA SOCIEDAD DESQUICIADA
En nuestra sociedad, la diferencia entre ricos y pobres es cada vez mayor. Unos pocos gastan los recursos de todos. El ritmo en las megaurbes en frenético. Muchos y muchas viven sin tener ningún contacto semanal con la Naturaleza, sólo con el asfalto. Las familias desaparecen y las personas viven, o sobreviven, de una forma cada vez más atomizada. Todos los estudios muestran que el planeta se agota y que las consecuencias de todo este despilfarro van a ser muy alarmantes. El alcohol y todo tipo de estupefacientes campan a sus anchas. Hay todo tipo de drogadictos de sustancias legales e ilegales. Los juegos de azar tienen adictos cada vez más pequeños. Y el sexo aberrante se instala por Internet en todos los hogares ante públicos no preparados para digerir ciertas imágenes. Los medios y la publicidad nos llaman a transformarnos en gurus de nuestra secta individual: somos nuestro propio dios, el guru y el discípulo al mismo tiempo. La sabiduría ha sido sustituida por la falsedad y el consumo. La trata de blancas y de niños está a la orden del día en medio planeta. Abandonamos a nuestros ancianos en oscuros geriátricos. La exclusión, la xenofobia… triunfan por doquier. ¿Qué quieren en una sociedad así? Desde luego, vivir en un mundo como este no es para echar cohetes. Lo normal es hundirse ante este panorama más allá de tu estado personal.
Una información de RTVE certifica que: “Los trastornos men-tales están presentes en el 20% de los niños y adolescentes de todo el mundo y suponen la principal causa de discapacidad en la población joven, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Por ello, los profesionales piden una reflexión del modelo de vida actual y la presión que ejerce contra la estabilidad y bienestar de una persona, especialmente en los más jóvenes. Precisamente ellos son el foco de la cuestión este año con motivo del Día Mundial de la Salud Mental. Porque la mitad de los trastornos mentales se desarrollan antes de los 14 años y la cifra aumenta hasta el 75% antes de los 18, según recuerda Salud Mental España. Se calcula además que las personas de entre 15 y 29 años han sufrido algún tipo de problema de salud mental, siendo el suicidio la segunda causa de mortalidad entre ellos.
Las causas de la pandemia de depresión son absolutamente ambientales. “Por ejemplo, los más pequeños suelen ser el ‘chivo expiatorio’ de padres desajustados cuya situación ha ido evolucionando en tutelas, tutoría y vigilancia…”, señala el texto de RTVE. Julio Bobes, presidente de la Sociedad Española de Psiquiatría, declaró en su día a la cadena televisiva: “Quienes pagan son los niños. Se estresan, soportan angustias que no son propias ni deseables para su edad y expresan esa sobrecarga con ansiedad, problemas emocionales, pérdida de rendimiento académico y de oportunidades comparadas con las de sus compañeros”. Otro factor “muy importante” en niños y adolescentes, señala también a RTVE.es Nel González, presidente de Salud Mental España, es el acoso escolar, incluyendo el abuso emocional y también el sexual si llega a darse. “Esa hostilidad del entorno puede desembocar en esos desasosiegos, en verse prisionero de uno mismo y desarrollar una patología mental”. Y a todo ello hay que sumar el estrés, la precariedad laboral y económica, el desastre ambiental, las drogas, el sexo y la pornografía en Internet… como ya hemos dicho. Todos estos niños y adolescentes serán mañana adultos que, por no haber vivido una infancia en condiciones, desarrollarán todo tipo de patologías y disfunciones sociales. Dime cómo es la sociedad en la que vive la gente y te diré las enfermedades que padecerán sus ciudadanos… No todo está perdido, claro, pero la falta de amor y sosiego en la infancia es un mal de una envergadura extraordinaria. Es la responsable de muchos problemas que se manifestarán en la edad adulta.
OPINIONES
La nuestra es una sociedad que no se ama a sí misma. Es consciente del daño que hace… Por ello, quizás, somos todos tan “descastados”, tan secos, tan poco amorosos. El amor que queda en la sociedad moderna es solo un amor sentimental. Lejos está el amor del que hablan los místicos/as, los sabios/as, los hombres y mujeres de sabiduría… La doctora Natalia Caycedo, experta sofróloga, ha dicho: “En la sociedad actual vivimos centrados hacia afuera. Muy poco hacia nuestro propio mundo interior. Hay que mirar más hacia el interior; tomar mayor consciencia de nosotros mismos. Y ello requiere tiempo. Si fuéramos capaces de dedicar 20 minutos diarios para practicar las prácticas sofrológicas… solo con eso cambiaríamos nuestra percepción del cuerpo, conoceríamos mejor nuestros pensamientos, sabríamos identificar nuestras emociones y seríamos capaces de potenciar más nuestros valores. La paz reside en nuestro mundo interior. Sólo tenemos que dedicarnos el tiempo necesario y practicar las técnicas adecuadas”.
Isabel Compán es coach en neurodesarrollo por el movimiento y autora de “La estrella emocional”. También formó parte durante muchos años de un grupo de voluntarios/as que acompañaban en el duelo a las personas que habían perdido seres queridos: AVES. Ella dice que “la alimentación más necesaria para el niño es la emocional. Yo tengo clientes que son niños de 0 a 99 años. Las repercusiones de una mala o nula nutrición afectiva en la infancia se manifestarán durante toda la vida si no se utilizan herramientas terapéuticas adecuadas. El desarrollo de la vida adulta se empieza a gestar incluso antes de la gestación y antes del embarazo. Todo lo que ocurre antes de la gestación, aunque no lo parezca, también condiciona la vida del adulto. En el mundo moderno, nos olvidamos del alma. La mala calidad nutricional en la infancia nos hace inseguros y temerosos. El miedo nos colapsa. Somos algo más que un cuerpo. Nos olvidamos de ello y pasamos por alto grandes certezas. Y eso nos hace que no podamos disfrutar de lo que tenemos. Este miedo comporta depresión, fobias, ‘amargamientos’. Y hay gente que se pasa así toda una vida. El individualismo exagerado es en sí mismo una patología muy propia de nuestra era. No compartimos nada, no formamos parte de un todo. Somos cristales rotos, hechos añicos”. Así las cosas, lo normal es que la gente se deprima…
“QUEDAR TOCADOS”
Los profesionales coinciden en que se requiere un abordaje global por parte de toda la sociedad: administración, profesionales sanitarios, pacientes y sociedad, ya que constituye un importante problema de salud pública. No es algo personal. Toda la sociedad es la que está enferma. Estar triste no es sinónimo de depresión. El miedo a la vida y la incapacidad para sentir placer “son los dos síntomas básicos para entender lo que es una depresión”, ha puesto de relieve el doctor Álvarez, y es que, en una sociedad tan estresante, ¿quién quiere vivir? Para el doctor Luis Gutiérrez Rojas, psiquiatra del Complejo Hospitalario de Granada, el principal problema es el porcentaje de pacientes que no llegan a remitir del todo, “que se quedan tocados” después de la depresión. Probablemente porque todo a su alrededor es un caos. Pueden sobrevivir mejor aquellos que todavía tienen una familia, una comunidad, una razón de vivir… Pero para los demás… el pozo es muy oscuro para poder salir. De hecho, un tercio llega a recuperarse completamente pero dos tercios tienen algún tipo de síntoma residual. De ellos, un 30% van a tener que seguir un tratamiento de por vida. A falta de familias estables, comunidades sólidas, redes sociales amorosas… ¿qué queda? La química…
Pedro Burruezo
AUTOAGRESIONES
¿POR QUÉ NOS AUTODESTRUIMOS?
La depresión nos impide ver las co-sas buenas de la existencia. Y nos aboga a ver sólo las negativas. O casi. La modulación emocional está basada en un juego de pesos y contrapesos que nos ayudan a dar la respuesta justa.
La depresión siempre condiciona dar respuestas no bien medidas a los inputs que vamos recibiendo en la vida. Los frenos naturales a expresar la ira y la rabia desaparecen. Somos un caballo desbocado expresando sentimientos dolorosos. A veces, o casi siempre, en silencio. Sólo ve-mos los costes y no los beneficios. La irritación que produce el más pequeño incidente o feo que nos hagan, dispara en el deprimido una reacción desmesurada.
Si la persona, antes de deprimirse, era una persona bien educada, con unos principios morales y un comportamiento ejemplar, no la veremos agresiva en el sentido más burdo de ponerse intemperante y ofensiva, ni menos aún pasar a la acción de agredir físicamente. En cambio, otros deprimidos, con dificultades previas a la depresión de control del mal humor y que entraban en estado rabioso a la primera de cambio, duplicarán es-tas conductas estando deprimidos (al igual que esas mismas personas tienden a sobrepasarse en estados alterados de conciencia como estando ebrios o cansados).
Cuando la persona, por su talante anterior, guarda las apariencias y no dirige la rabia hacia el exterior, la vuelve:
•[a] Un comportamiento auto-lesivo, auto-punitivo.
•[b] Un comportamiento agresivo-pasivo
El comportamiento [a] auto-lesivo consiste en hacerse daño a uno mis-mo. Cuando uno se daña hace a la vez de sujeto irascible, de verdugo ejecutor, y al mismo tiempo de víctima pasiva -que es la parte que en realidad hace que la ira se transforme en dolor y tristeza.
La autoagresión consiste en:
•insultarse y despreciarse constan-temente (“soy imbécil”, “estoy hecho un asco”)
•auto-críticas destructivas (“nunca he valido para nada”, “no soy capaz de reaccionar”)
•auto-evaluaciones negativas (“lo hago todo mal”, “no doy pie con bo-la”)
•dejar de hacer cosas agradables (elegir el alimento menos sabroso, sentarse en el asiento más incómo-do, no ir a ver la película que tenía-mos intención de ver, renunciar a una visita o a un favor, consuelo o ayuda que nos ofrecen)
•llevar a cabo acciones de “auto-degradación’, como cortarse el pelo, ir con la ropa más lúgubre, poner música fúnebre, complacerse en los estímulos que proporcionan pena y dolor (determinadas fotos y cartas, evocar recuerdos desagradables, traer a colación viejas ofensas)
•autolesiones (golpes, pellizcos, quemaduras) e intentos de suicidio.