Hablamos de un mal muy de nuestros días: la histeria. Si los/as histéricos/as volaran, no veríamos nunca el sol. Anda todo el mundo demasiado excitable e irascible.
Según los diccionarios digitales, la histeria es “una enfermedad nerviosa que se caracteriza por frecuentes cambios psíquicos y alteraciones emocionales que pueden ir acompañados de convulsiones, parálisis y sofocaciones. Es un trastorno psicológico encuadrado dentro de la tipología de las neurosis. Una de sus características es que se somatiza física o psíquicamente sin causas aparentes. A veces provoca que el enfermo cree distintas personalidades”. La padecen más señoras que señores. En la Edad Media, se consideraba que algunas mujeres que podían padecer histeria estaban poseídas por Lucifer. En el siglo XIX, a las mujeres histéricas los médicos las masturbaban para calmarlas. No se consideraba un acto sexual, sino una terapia «natural». Algunos doctores, incluso, inventaban artilugios tipo vibradores porque se quejaban de que algunas de sus pacientes tardaban mucho hasta llegar al orgasmo.
Hay personas que padecen la enfermedad y otras que están deseando padecerla y adelantan los síntomas. ¿Es todo consecuencia de una sociedad, también, histérica? No sé qué pensaran ustedes… Yo veo a la gente cada vez más histérica. Los que hacen yoga, los veganos, los salvadores del medio ambiente… tampoco se salvan. Vayas donde vayas, te encuentras con un montón de histéricos y de gente sin ningún tipo de buenos modales. De la misma manera que ciertos hábitos alimentarios son una conducta de riesgo para llegar a contraer anorexia o bulimia, también vivir sin educación, sin buenas maneras, sin saber estar… puede ser un factor de riesgo para llegar, tarde o temprano, a la histeria. No es cosa futil. Quizás habría que diferenciar claramente a los/as histéricos, médicamente diagnosticados/as, de aquellos que, simplemente, parecen estarlo. Yo creo que es la sociedad entera la que está histérica. Quizás habrá que inventar artilugios masturbatorios gigantes capaces de calmar a ciudades y/o estados enteros. Bueno, no en vano, la nuestra es una sociedad de onanistas endémicos. ¿O tal vez es que estamos todos endemoniados?
Los medios nos dicen que las causas de este trastorno son diversas y entre ellas destacan las situaciones de estrés, las situaciones emocionales extremas, las experiencias traumáticas o encontrarse en un estado depresivo. También se asocia a factores hereditarios. Pero es que, digámoslo claro, una buena parte de la población vive en una situación de estrés permanente. O por elección o por devoción, pero siempre con estrés. No hablemos ya de las conductas emocionales. Millones y millones de personas, completamente rendidos a la publicidad y a las redes sociales viven arrodillados/as ante egos despóticos y con conductas completamente infantiles. ¿Qué podemos esperar de todo eso? Histéricos/as a punta pala. Los expertos nos dicen: “No hay medidas preventivas que garanticen la no aparición de la enfermedad, pero es recomendable seguir pautas de alimentación saludables y evitar el consumo excesivo de alcohol y drogas”. Pero si comemos ya como los americanos y el alcohol y los estupefacientes son el combustible de Occidente…
Rigoberto Hernández Delgado, de la Universidad Michoacana de San Nicolás de Hidalgo, Morelia, Michoacán (México), ha escrito un estudio que empieza con un resumen muy aclarador: “Esta comunicación pretende mostrar cómo es que la histeria y otros fenómenos corporales históricamente conocidos pueden ser leídos como expresiones de un modo discursivo que va más allá de una mera interpretación clínica, sin decir que dicha interpretación no sea posible y legítima de cierta manera. El discurso de la histeria sería aquello que se expresa desde afuera o desde adentro, pero siempre contra el conjunto de discursos dominantes en una época y en un contexto social concreto, es decir, una forma de discurso subversivo y crítico, cuyo rasgo transversal ha sido el de usar al cuerpo como modalidad privilegiada de expresión”. Dicho de otra manera: está todo el mundo cabreado, cabreado hasta los tuétanos, y, como consecuencia, está el personal a la que salta. Y con cuerpos que se revelan distorsionados y se rebelan contra sí mismos y contra todo, incapaces de seguir por conductas normales y apacibles ante la más mínima señal de estrés. Deberían educarnos a todos en la resistencia al fracaso, a que las cosas no sean como nosotros queremos… Si no, acabaremos todos/as histéricos/as.
Esteban Zarauz