Gabi Martínez nos ilustra sobre el movimiento de literatura de Naturaleza, un movimiento literario que tiene ya unos cuantos años a sus espaldas, pero que está siendo ahora conocido por el gran público. Sus autores más prestigiosos, sus obras más relevantes, sus pioneros, sus tendencias…
Tigres, senderos, ovejas, salmones, secuoyas, chinches, plancton… han aparecido de repente a raudales en las librerías españolas, quizás intentando recuperar tantos años de ausencia. Y es que la literatura autóctona sobre Naturaleza es tan escasa que incluso suele recurrirse a otro idioma para definir al género: nature writing.
COTIDIANEIDAD HIPERVELOZ
Nadie sabe muy bien a qué se debe este insólito interés, pero las cada vez más evidentes amenazas del clima podrían ser una causa. O la saturación de la vida urbana. O las ansiedades disparadas en una cotidianeidad hiperveloz. O la suma de esto y más. El caso es que los títulos de la -vamos a proponer un nombre indígena- litenatura se reproducen con una aceptación cada vez mayor, y en otoño se celebró en Barcelona el primer Festival Liternatura (con erre), dedicado en exclusiva a un género que se desmarca de la historia natural, el ensayo mediambientalista o pedagógico, y del periodismo y la filosofía… para revindicar los textos escritos desde el amor al paisaje con un poso inequívocamente literario.
Como ariete emblemático sigue figurando el “Walden” donde Henry David Thoreau vertió sus reflexiones y experiencias durante dos años viviendo en una cabaña en los bosques y que, después de que Errata Naturae lo reeditara hace tres años, ha vendido cerca de 30.000 ejemplares. El anhelo de Naturaleza palpita en esa cifra. Un libro que parecía una antigualla recobra el esplendor demostrando su vigencia. Y, a su estela, florece un jardín hasta ahora muy oculto.
BOSQUES
Un imperdible de esta tendencia es el británico Robert Macfarlane, quien en “Las montañas de la mente” asombró al urdir un texto que revela cómo los humanos han proyectado en las montañas muchos de sus anhelos, desafíos, impotencias, alternando historias paradigmáticas -como la del hombre que pereció al quedar ciego tras dos desprendimientos de retina consecutivos a causa del frío- con detalles que ilustran sobre cómo se forma la escarcha, situaciones ejemplares que él mismo vivió y alusiones a montañeros, artistas, ciudadanos que han aportado algo significativo sobre las montañas.
En “Naturaleza virgen”, Macfarlane se reveló como un todoterreno capaz de escribir igual sobre el hayedo o el cabo, la sierra, la marisma o la turbera, el bosque y la cañada, la isla o el peñasco. El inglés estructuró el libro en función de los paisajes más o menos intocados que distinguen a un Reino Unido supercivilizado donde es fácil “olvidar la presencia física del territorio”. El propósito era recordar que incluso las islas británicas preservan espacios aún lo bastante puros donde cualquiera que lo pretenda en serio puede establecer contacto con una forma más natural de existencia.
Y “Las viejas sendas” es su título más reciente en España. Según Macfarlane, las cañadas, las veredas, las vaguadas, trochas o quebradas “nos enseñan una lección de humildad pues son producto de la perserverancia frente a tantas creaciones inmediatas. Holladas por el hombre y surcadas por las ruedas de los carros, ofrecen una crónica de viajes al mercado, al mar o a los lugares de culto”.
Así que el autor se lanzó a recorrer sendas de Palestina, el Camino de Santiago y algunos senderos indios para firmar este libro, y estamos a la espera de que presente su última creación sobre el mundo subterráneo: grutas, cuevas, grietas y otras sendas clandestinas.
ANNIE DILLARD
“Tenemos que ampliar las miras para abarcar todo el paisaje”, dice Annie Dillard en “Una temporada en Tinker Creek”, exótica exploración de un entorno que, pareciendo alucinante, no sólo es real sino también cercano. Poner el foco sobre muchos seres tan omitidos como fundamentales le permite desarrollar una moderna filosofía de lo pequeño y perenne que plasma con lúcido encanto. Este libro protagonizado por chinches gigantes, libélulas, arañas o mantis es una perla que Dillard concibió después de que una neumonía la postrara gravemente a los veintiséis años. Se trasladó a los Apalaches, superó la enfermedad y empezó a escribir un texto elegido entre los cien mejores ensayos -así lo etiquetaron algunos- del siglo XX.
Sue Hubbell, la bibliotecaria y activista por la paz que un día de 1973 cortó con la vida urbana para instalarse en las Montañas Ozarks de Misuri montando un negocio de abejas, ha sido otra revelación, aunque en varios países ya sabían hace tiempo que su “Un año en los bosques” es miel de la buena. Hubbell propone que empecemos nombrando al bosque. Es decir, que aprendamos los sustantivos de aquel espacio, una clave fundamental para acercarnos a la idea “bosque” y así entrar por la palabra en ese mundo más nuevo y lejano de lo que parece, donde es posible ver a una mujer alimentando a una rana con moscas mientras escucha a Händel o Albinoni.
Y en un pueblecito de los Alpes italianos es donde Paolo Cognetti sitúa su novela “Las ocho montañas” para proponer algo similar a Hubbell, si bien el milanés pivota en cómo un niño de once años, Bruno, y otro de ciudad, Pietro, apuntalan una amistad que se forja verano a verano, mientras el melancólico padre de Pietro halla en esas montañas un oxígeno necesario para liberarse de la presión de la ciudad.
Desde la no ficción pero con pilares parecidos, Hasier Larretxea cuenta su regreso al valle del Baztán donde creció. En casa aguarda su padre aizkolari, que ha trabajado toda la vida con los árboles y es “un poeta del bosque”. Mimbres que desencadenan el lirismo de Hasier en “El lenguaje de los bosques”, una delicada inmersión en el universo de las raíces, las cortezas, las hojas.
CAMINANTES
En la litenatura, el verbo quizá más crucial es, además de respirar, caminar. Si el propio Thoreau desgranó parte de su filosofía en “Pasear”, la activista proderechos humanos Rebecca Solnit sigue esa estela con un “Wanderlust” donde reivindica caminar como forma de respetar el paisaje dejando que éste te embriague para construir ideas y una moral.
Apoyándose en su experiencia recorriendo tierras de Nuevo México o en la de Martin Luther King subiendo a la cima de una montaña, también presta enorme atención al espacio urbano, que sin duda forma parte de nuestra Naturaleza, y por eso los británicos aprobaron por ley en el año 2000 el derecho a deambular… en las ciudades también.
Esa línea ensayística comparte Robert Moor, quien, en un sendero de los Apalaches, empezó a preguntarse cómo se formaban caminos como aquél y ahora ha presentado un “En los senderos” que, un poco al estilo de Solnit, vincula los trazados de las hormigas con las conexiones de internet, señalando por ejemplo cuánto pueden enseñar los animales a progresar en común. Moor defiende que con ganas y la mente abierta se puede experimentar la Naturaleza virgen en cualquier lugar de la tierra, e invita a que la busquemos del modo más entregado e ingenuo posible. Un poco como hicieron los clásicos.
CLÁSICOS
Además de a Thoreau, la inédita ola litenaturaria ha rescatado a nada menos que al fundador de los parques naturales, John Muir. “De nuevo estoy respirando granito. Los montes han vuelto a entrar en mi sangre”. “Escritos sobre naturaleza” zambullen en sus mejores incursiones por, sobre todo, las tierras salvajes californianas, con importante protagonismo para Yosemite, señalando rutas esplendorosas que él descubrió en solitario o siguiendo a rebaños. El libro también recoge muchas de sus opiniones clave, como la necesidad de salvar a la secuoya roja u organizarse contra las agresiones medioambientales. “Cualquier idiota puede matar a los árboles; éstos no pueden salir corriendo”.
Y, aún en la onda legendaria, el escritor Washington Irving aparece empotrado en una expedición de los rangers estadounidenses por los viejos territorios de caza de los indios pawnis. “La frontera salvaje” es el resultado de aquella incursión en las vastedades que aún habitan osos, bisontes, coyotes, pumas, combinando la fascinación ante el descubrimiento de las formas de vida nativa con la toma de conciencia de una realidad que hay que preservar.
Otra obra fundamental aunque más contemporánea es “Sueños Árticos”, en la que el biólogo Barry López sintetiza cinco años en el norte de Canadá, donde estudió desde la ballena de Groenlandia al buey almizclero llegando a convivir con esos esquimales que denominan a los occidentales “el pueblo que cambia la Naturaleza”.
Un triunfo de Barry López es haber añadido palabras a la Naturaleza, virtud exclusiva de los que saben escuchar esa lengua cada vez más extraña para la mayoría de presuntos civilizados. Por ejemplo, después de los sueños de Barry, sabemos que el oso polar es el pisugtooq esquimal, “el gran viajero”.
“Sueños árticos” se publicó hace décadas en los USA pero a España llegó hace poco como novedad, como los libros de Dillard o Hubbell y como el “Indian Creek” donde Pete Fromm narra su iniciática experiencia de juventud al aceptar el cuidado de unos huevos de salmón durante siete meses en la zona de Indian Creek. Allí, en invierno la temperatura baja a cuarenta bajo cero. La relación del novato Fromm con el bosque solitario es casi un manual de supervivencia que desgrana con inusual vividez e intriga aquella realidad que le obligará a despiezar un alce sin saber cómo hacerlo, después de cazarlo contra la ley porque quería, necesitaba comer carne en lugar de tanta conserva enlatada.
El dial de la aventura, pero esta vez desde el mar de Noruega, también lo sintoniza Morten A. Stroksness, que se empeñó en capturar a un tiburón boreal junto a su amigo el pintor Hugo Aasjord, y lo que brinda es “El libro del mar”, un volumen que trasciende al animal, encuadrándolo en un paisaje que se define al detalle.
AGUA
En el dominio acuático, es Philip Hoare quien ofrece algunas de las páginas más colosales con la trilogía que acaba de cerrar. Si en “Leviatán” se centró en las ballenas para sumergirnos con ellas en las profundidades oceánicas, con “El mar interior” amplió la mirada a multitud de bestias marinas y a las aves que conectan con ellas, ligando con virtuosismo su sentimentalidad a la de los animales. Y acaba de publicar “El alma del mar”, libro que culmina la exploración fijándose en las formas artísticas que ha inspirado el mar a creadores de todos los tiempos, desde Shakespeare a Bowie.
Las superficies de agua no son de las más abordadas en este tipo de literatura, si bien Tristan Gooley ha sublimado la observación de ese líquido en “Cómo leer el agua”. Gooley se lleva al género a una dimensión ultratécnica, casi científica, y por eso quizá no se pueda encuadrar del todo en la litenatura en cuanto que es un texto algo falto de emoción, rasgo fundamental -como el ornitólogo Antonio Sandoval señala- para distinguir a este tipo de libros. Lo mismo ocurre con “El libro de la madera” de Lars Mytting. Pero si deseas saber cuál es la mejor hacha para cortar por ejemplo un abedul y qué humo exhalará la chimenea según el árbol que quemes, este libro es ideal.
En cualquier caso, los libros centrados en algún animal son los que han propiciado el gran impulso del género. Si hablábamos de ballenas y de la escasez de atenciones al agua, Sy Montgomery realiza una aportación tentacular con “El alma de los pulpos”. Aceptar durante unas páginas como animal de compañía a este inteligentísimo cefalópodo físicamente tan peculiar es una experiencia fascinante que enfrenta a los propios miedos. “Ser un monstruo no es necesariamente algo malo”, dice Montgomery, que será hasta desnudada por su objeto de estudio, y junto a él se cuestiona principios fundamentales.
Montgomery, que vive con dos border collies y un cerdo doméstico, es una de las grandes beneficiadas por el nuevo fenómeno, porque ha pasado de ser desconocida en España a publicar dos libros a la vez. El otro es “El embrujo del tigre”, una radiografía de los Sundarbans, en el golfo de Bengala, que le permite ahondar en por qué es el lugar del mundo donde los tigres se comen a más gente. La relación de felinos y humanos con el entorno contiene mucho de nature writing pasada por el cedazo periodístico, al igual que la obra maestra de John Vaillant, “El tigre”, una investigación criminal sobre cómo un tigre acosó hasta la muerte al hombre que lo había intentado cazar. Todo ocurre en el Primorje, una desolada vastedad del este ruso. Y, aunque Vaillant aprovecha para desvelar el abandono político de la provincia, tiene muchísimas páginas de liternatura de la mejor calidad.
PÁJAROS
Los pájaros están procurando inspiración a estupendos escritores del género, acaparando los halcones algunos de los más destacados. En la línea de la liternatura más pura, “El peregrino” de J.A.Baker es referencia insoslayable. El día a día del halcón peregrino, sus mil formas de matar, de volar, de observar, están compiladas en este volumen que se complementa idealmente con el “H de halcón” donde Helen Macdonald cuenta su experiencia amaestrando a una de estas rapaces mientras intercala de forma seductora y brillante su situación personal con la del ave, e incluso con la de un legendario y obsesivo cetrero que también fue escritor. Es un libro sobre los límites de la comunicación entre personas y animales.
En su “¿Para qué sirven las aves?”, Antonio Sandoval amplía el foco a todos los pájaros aunque no oculte la emoción de localizar al albatros ojeroso, al rabijunco etéreo y al págalo polar. Ultraconsciente del mundo y aún más del país en el que vive, este comunicador ambiental de A Coruña ha propuesto un título que sugiere utilidad, todo un guiño a los más prácticos materialistas: esto te servirá de algo. Se trata de que incluso los partidarios de explotar y someter a la Naturaleza acepten una invitación poco romántica para, al asomarse a este libro, no puedan salir de él, atrapados en una formidable galaxia alada que, quizás, modifique un poco su visión del aire.
Idéntico señuelo emplea Javier Pérez de Albéniz con “La guerra del lobo”, si bien él oscila entre la litenatura y senderos más periodísticos para presentar la realidad del depredador en la península ibérica. Los desvíos hacia cuestiones sociológicas y políticas lo sacarían un poco del género pero en España hay tan pocos autores de éstos que vale la pena incluirlo, a ver si se anima alguien más.
En el Distrito de los Lagos británico no quedan ya lobos pero sí montones de ovejas que fueron pastoreadas, algunas, por James Rebanks, autor y protagonista de “La vida del pastor”. El libro pivota desde una figura humana, motivo por el que algunos rechazarán considerarlo litenatura, igual que al libro sobre el tigre de Vaillant o al de Pérez de Albéniz del lobo. Pero al leerlo nadie dudará que esta historia va de ovejas, y que ellas determinan cada acción, cada miedo y alegría.
El animal domesticado ha inspirado un librito sobre “La vida secreta de las vacas” nacido de unas notas privadas de Rosamund Young sobre el comportamiento de sus vacas. Los apuntes llegaron a manos de una editorial que la hizo libro, denotando la enorme elasticidad de este género que a fin de cuentas está por definir. La obra de Young es un ventanuco al día a día del granjero y a las cordiales relaciones que puede establecer con los animales que cuida, conociendo sus caracteres y tratándolos en consecuencia.
ACTIVISTAS
De hecho, Rebanks quiere tanto a sus ovejas, y desea preservar hasta tal punto el entorno donde viven, que se ha hecho un activista internacional. Esta línea de guerrilla medioambiental podría estar representada por L. Anthony, el hombre que susurraba a los elefantes, quien, además de mostrar cómo logró que una manada de paquidermos se quedara en su reserva a salvo de los furtivos, describe los conflictos con instituciones y vecinos debido a sus esfuerzos por proteger a los elefantes.
No sé si abordar el territorio salvaje a través de los nativos que lo comparten con los animales pertenece al género o no pero “Alce Negro” habla es la estupenda historia de un sioux con John G. Neihardt como intermediario. Tanto la relación que Alce Negro tiene con su entorno como su modo de expresar esa relación revela hasta qué punto el ser humano puede ser y sentirse Naturaleza de manera que va a ser el broche para despedir este artículo sobre una litenatura que, parece, empieza a andar.